Don Eustaquio – Buenas las tenga doña Aurora.
Doña Aurora – Muy buenas don Eustaquio.
Don Eustaquio – ¿Cómo me la han tratado mi doña?
Doña Aurora – A mi muy bien, como siempre.
Don Eustaquio – Ah que bueno, me alegro mucho.
Doña Aurora – Y busted ¿para dónde va con es burra?
Don Eustaquio – Me la llevo donde Rosa, a pastar.
Doña Aurora – Ay, pero si quiere mejor me hace la visita, y mientras bien pueda deja la burra pastando en mi potrero.
Don Eustaquio – No, no, no, mi doña, yo le agradezco en el alma, pero después de lo que le paso a mi compadre Eliseo, yo ni loco me meto por allá a su potrero.
Doña Aurora – Y ¿Qué fue lo que le paso a su compadre? porque viviendo aquí mismito, no me he enterado.
Don Eustaquio – Pues imagínese que él estaba caminando por aquí el otro día, y le dio una emergencia estomacal, eran unas ganas tan terribles de ir al baño según me dijo, que él se vino corriendito aquí hasta su casa a pedirle prestado el baño, pero sumerce no se encontraba en el momento, entonces él todo apurado sin más remedio se metió a su potrero, y cuando estaba acurrucado aliviándose de lo suyo, y sin que él se diera cuenta, de repente sintió que le respiraban en la nuca un aliento fuerte, y tenga que le toco salir corriendo con los pies en polvorosa y con los calzones abajo, y ¡ay juemadre! Si no se mosquea.
Doña Aurora – Ay Dios mío, señor bendito; y ¿Qué paso?
Don Eustaquio – Pues que su condenado burro, se le había venido, así todo alborotado como lancero en ristre, silenciosamente se le fue avecinando, y válgame el cielo, sino es por un pelo de rana calva que el pobre Eliseo, por poquito y no logra salirse de ahí, porque cada vez que él trataba de correr se le caían de nuevo los calzones que por el afán no se podía abotonar, y si no es porque la cerca no estaba muy lejos, su burro mi doña, lo hubiera abrochado, y como brocheta hubiera quedado el pobre todo ensartado.
Doña Aurora – ¡Ahhh que va!, eso que iba a pasar, no me venga usted a meter el dedo, en la boca, porque yo a mi burro lo tengo bien enseñado.
Don Eustaquio – ¡Con razón! , si es que usted ya lo tiene todo amañado a su acomodo.
Doña Aurora – Eh, pero que envidia tan maluca.
Don Eustaquio – ¿Cual envidia?, al que le gusta le sabe, y usted que está acostumbrada, disfrútelo, pero a mi burra no la monto si no yo.
Doña Aurora – (Juagada de la risa) - Ayyy, no me haga reír más que me orino, si yo mismita he visto con estos ojos que se han de comer los gusanos, como a su burra se la montan sus ocho hermanos, y todo el de por aquí que necesite, transportar algo gratis.
Don Eustaquio – Bueno, no le refuto nada, porque ojos que no ven… ¡ayayay!
Doña Aurora – Y bueno, después de haber comido prójimo un rato, y volviendo a lo nuestro, de casualidad ¿no le queda algo de mantequilla?
Don Eustaquio – Pues no creo.
Doña Aurora – ¿Ni gota?, ay y eso ¿porque?
Don Eustaquio – Pues vengo de donde la Ambrosia, y se la di toda a ella, que estaba muy necesita de una mantequilla tan buena como la mía.
Doña Aurora – De ¿Verdad? ay que lastima, porque también ando muy necesitada, y yo que lo iba a invitar a comer de mi arepa de chócolo peludo con mantequilla.
Don Eustaquio – Uy ¿Cómo así?, usted lo que esta es ganosa de mantequilla, quien la viera tan antojada.
Doña Aurora – Ushh, tan atrevido.
Don Eustaquio – Pues solo digo, porque apenas si fue ayer, que me había venido, de donde Rosa, cuando me encontré con un regimiento del ejército, que venían de su casa, muy contentos todos ¿Quién sabe usted que les dio?, ¿sería arepa?, tal vez por eso se le acabo tan rápido toda la mantequilla que le di hace poquito.
Doña Aurora – Ahh, pues es que yo los vi todos hambriaos, así que los invite a comer alguito, les brinde arepita con mantequillita, y luego les di a comer melao, y ellos me dieron de su requesón, porque a mí ya se me había acabado, y como todo el mundo sabe, el dulce solo no aguanta, así que hicimos casao; sabia más bueno.
Don Eustaquio – Ummm, ¡qué bueno!, imaginarme todo eso me dio es pero hambre a mí también.
Doña Aurora – Y de verdad, ¿no le queda nada de mantequilla? Aunque sea un poquito, para calmar el antojo.
Don Eustaquio – Déjeme a ver reviso bien, a ver, a ver, pero usted sí que es de buenas, mire esto, me queda un cunchito aquí, apenitas pa’ juntos los dos.
Doña Aurora – ¡Ay que rico!, entonces sígase, y me ayuda a batir el chocolate para que este más rápido, y que nos quede bien espumoso.
Don Eustaquio – Permiso me le entro entonces.
Don Eustaquio – Siga que usted sabe que está en su casa, y no olvide trancarme la puerta al entrar.
Doña Aurora – Por supuesto que yo se la tranco bien, no sea que se nos entre alguien, y luego nos toca darle también.
¡FIN!
Pd1 – Y se comieron la arepa, que les quedo bien buena, toda untada de mantequilla.
Pd2 – Y también se tomaron el chocolate, que estaba bien espumoso, y delicioso.
Pd3 – Y se la pasaron bien bueno, porque al compartir se aprende a…
Compartir, ¿qué más iba a ser? ¡Jicatos!
Att.
J.R.C.S.